Fuente: Religionenlibertad , por Una iglesia provocativa 02 noviembre 2022 08:45
Autor: Jose Alberto Tote Barrera
Todo el mundo sabe que, durante años, Cristy y yo hemos sido abogados de los métodos de Nueva Evangelización. Cuando apenas sonaban un par de ellos, ya podíamos intuir la nueva ola que iban a suponer para la Iglesia, desbordando incluso el importante papel que habían jugado los movimientos hasta la fecha.
En toda ocasión, a tiempo y a destiempo, hemos insistido en la idea de que los métodos suponían la transversalidad en torno al primer anuncio. Traducido al román paladino, los movimientos tienen un carisma y son para sus miembros, los métodos son transversales a todos los carismas y por lo tanto los puede utilizar cualquier parroquia o comunidad.
Si después del Concilio hemos tenido la hora de los laicos, y la hora de los movimientos, en los últimos años hemos asistido al despertar de la hora de los métodos. Nombres como Alpha, Lifeteen, Emaús, Células de evangelización o Proyecto de Amor Conyugal están ahora en boca de todos y en algunos sitios como Madrid copan el "mercado" hasta tal punto que es difícil encontrar una casa de ejercicios disponible con meses de antelación, porque están a reventar de tantas experiencias de fin de semana como se ofrecen.
En un mover sin precedentes, parece como si todos los que están en la Iglesia estuvieran pasando por estas experiencias que, en algunos casos, están viviendo una segunda juventud como se puede decir de los seminarios de vida en el Espíritu.
Personalmente, creo que, en positivo, este despertar es un soplo fresco de vitalidad para la Iglesia y una oportunidad de centrarse en lo fundamental, para reconstruir parroquias y comunidades desde experiencias de encuentro personal con Jesucristo e itinerarios de discipulado renovados.
Pero el fenómeno no está exento de sus problemas y sus deficiencias.
Me comentaba ayer un sacerdote encargado de una de estas realidades, cómo muchos párrocos se están centrando tanto en ofrecer estas experiencias de primer impacto que no les queda fuerza para acompañar el fruto de las mismas. Esto significa que, después de la experiencia de conversión, no hay un segundo paso ni una profundización.
Lo que dijo me cuadra con algo que se observa cada vez más: la peregrinación constante de tantísima gente de iglesia, yendo de experiencia en experiencia, cual picaflor, sin llegar a pertenecer del todo a ninguna comunidad cristiana. Es como si se hubiera instalado una cultura de consumismo y subidón espiritual, en la que la gente vive de encuentro en encuentro y, como mucho, se enganchan en la rueda de voluntariar en el método que acaban de hacer.
Esto provoca una cierta endogamia y la configuración de lo que debían ser solo métodos en pseudo-movimientos que generan una pertenencia en la gente tipo "yo soy de tal o cual cosa".
Y ahí es donde yo veo la pobreza de una pastoral centrada exclusivamente en los métodos, porque tiende a una cierta autorreferencialidad y se basa en momentos puntuales en vez de en procesos. De alguna manera, es como volver a la pastoral de grandes eventos, que prefiere un momento de subidón al día a día del desarrollo cristiano.
¿Qué es lo que debería pasar que no está pasando?
Los métodos son puertas de entrada o caminos de crecimiento, que apuntan a la comunidad cristiana y a la misión. La prueba del algodón de si un método está funcionando, es si está generando verdaderas comunidades cristianas de discípulos y si estas comunidades crecen mediante el envío de estos discípulos. En su sito adecuado, una experiencia de entrada de impacto es lo que procede como primer movimiento en la partitura de la creación de un discípulo.
El mandato misionero de Jesucristo de Mateo 28,19 es "haced discípulos", no simplemente "dad retiros y haced encuentros". La acción evangelizadora sucede en el contexto de la comunidad cristiana, y apunta hacia ella en la medida en la que la comunidad es una expresión de la Iglesia y está llamada a salir en misión.
La deformación de todo esto es practicar métodos en medio de ninguna parte (sutilmente desvinculados de las parroquias y las comunidades aunque se lancen desde las mismas) que solo generan adhesiones infantiles y apasionadas que es muy difícil que perseveren en el tiempo sin el alimento de la verdadera comunidad cristiana.
Siendo tan positivos en si mismos, los métodos son solo una pieza del puzzle que apunta a algo mucho más grande, la construcción de la comunidad cristiana y su misión, y pierden su esencia en el momento en que adquieren un protagonismo excesivo sin un paso siguiente que los complemente.
Foto: Mike Erkshine / Unsplash.
Y esto es algo que pasa, sobre todo cuando comparativamente a lo que ofrece una parroquia, acaban siendo una experiencia de mucho más voltaje e impacto que el día a día de la comunidad cristiana.
Quizás todo sea un síntoma del gran vacío de comunidad y experiencia genuina de Dios que hay en nuestras parroquias, pues la gente está buscando vida allá donde se la ofrecen y por alguna razón siguen saliendo a buscar fuera lo que no encuentran en casa.
A este respecto, hasta la mejor de las parroquias debiera examinarse y preguntarse si se está dedicando a ofrecer experiencias y franquiciar sus salones, espacios y personas a los métodos, cursos y grupos de diversa índole, o verdaderamente está embarcada en el proceso de la conversión pastoral para llegar a ser una comunidad de discípulos misioneros.
La distinción parecerá sutil, pero es que se puede tener la iglesia llena de gente, los retiros y encuentros con lista de espera, y las actividades y cursos de la parroquia desbordados, y sin querer estar siendo una especie de supermercado parroquial en el que no hay madurez comunitaria ni experiencia radical de seguimiento de Jesucristo como iglesia. Para mí, el modelo de una parroquia de Nueva Evangelización es muchísimo más que una parroquia que abraza los métodos para organizar encuentros, retiros y cursos. Aunque suena contraintuitivo, no por estar abiertos a todas horas y ofrecer de todo, estamos cumpliendo nuestra misión. Los métodos han demostrado ser una ayuda inestimable y una genialidad de Dios, que viene a dar una vuelta de tuerca a lo que supusieron los movimientos (que al fin y al cabo eran metodologías o carismas vividos dentro de una realidad concreta). Los métodos son casi la democratización de los movimientos, pues todos pueden disfrutar de ellos y practicarlos, y los párrocos no tienen que preocuparse de que "se les lleven a la gente". Pero, tras este impulso inicial y el frescor que han traído, debemos prestar atención a la exigencia que conlleva practicarlos. Engendrar un hijo en la fe conlleva la obligación de acompañarlo, alimentarlo, educarlo y darle cobijo hasta que alcanza la madurez y puede salir al mundo. Como dice Josué Fonseca, no podemos ir de playboys espirituales engendrando hijos por ahí sin hacernos cargo de ellos. Tras la hora de los métodos, viene la hora de las comunidades. Y estas no se crean solas, por el mero hecho de practicar un método. Requieren de una conversión profunda y mucho más trabajo de parte de todos (el pastor y los laicos) que el de un fin de semana o varias semanas de encuentros puntuales. La oportunidad está ahí, para quien quiera crecer y seguir el camino angosto del discipulado y la comunidad. El método es el primer paso, pero el camino sigue por la comunidad cuyo crecimiento sostenido en el tiempo dé un fruto que consiste en la reconstrucción de la Iglesia para la salvación del mundo. Esa es la riqueza potencial de los métodos y todo lo que sea quedarse a medias, una pobreza.
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